domingo, 29 de abril de 2012

Vestigium pedis



 Huella de pié que he tallado sobre una roca de arenisca en María de Huerva, cerca de Zaragoza. En el sufismo se describe la "himma" como el poder concentrado de la energía espiritual puesta a disposición del "Hombre Perfecto" o, concedida como carisma y en diversos grados de aplicación, a los que están en "el Camino Recto". 


El "Hombre Perfecto", merced a la "himma", camina sobre las aguas sin hundirse y, en cambio, se hunde al andar sobre la roca.




 En Huesca aparecen huellas de santos  en los caminos que conducen a los santuarios del Serrablo, con relativa frecuencia los romeros pueden observar marcas en las piedras que según la tradición corresponden a huellas del titular del templo cercano.
Las huellas, se ubican: en los caminos de peregrinación, en los senderos que según la tradición se dice que recorrieron los santos a su martirio – Santa Orosia– o en la época vivida por la zona – San Úrbez–.
Aunque algunos piensan que son obra humana, la fe y la tradición no ponen en duda su vinculación al santo.
   Una de las huellas se encuentra en las inmediaciones del santuario de Santa Elena, se trata de la piedra donde se arrodilló camino del lugar donde hoy se erige su ermita; junto a ella brota una fuente de la que los romeros bebían y recogían agua para enfermos.

Las huellas de Santa Orosia se ubican en el camino principal de acceso a su santuario, en la senda que de Yebra sube al puerto de su nombre y que según la tradición siguió la santa y su comitiva antes de su martirio, acosada por las tropas islámicas
Las huellas de San Urbez se ubican en el camino que según la tradición utilizó el santo para trasladarse desde Albella – donde sirvió de pastor– hasta Nocito y San Martín de la Val de Onsera; por lo tanto también jalonan la ruta principal de peregrinación de los romeros del Valle del Guarga y Albella hacia su santuario de Nocito.   En la Piedra de las galochetas aparecen marcados sus pies y el extremo del cayado, y su ubicación, también en el valle del Guarga, aunque apartada de la ruta anterior, se vincula a la estancia del santo en el eremitorio de Saliellas (Cerésola).

La última huella que aparece en Serrablo corresponde a un santuario de Santa Quiteria–; se trata de la marca que se dice que dejó su caballo en el camino que conduce desde Avena al templo.

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               Una huella más universal es la que se encuentra en la roca de la Ascensión en el Monte de los Olivos, Jerusalén.  Aunque el lugar de la Ascensión no es citado directamente en la Biblia, por los Hechos de los Apóstoles parece ser el Huerto de los olivos, porque después de la ascensión los discípulos.

  La basílica de la Ascensión, llamada Basílica de Eleona, debe su nombre a la palabra eleon que en griego significa olivo, pero también recuerda el sonido de eleison, piedad, misericordia.  Actualmente es propiedad del waqf islámico de Jerusalén, y es visitable después del pago de una cantidad simbólica.

       En la roca conservada en el santuario, la tradición reconoce la huella del pie derecho de Jesús, dejada en el momento en que ascendía al cielo. Es venerada por los cristianos. 


He recogido unas fotos de un par de huellas de pies sobre una madera en el monasterio tibetano de Tongren. El autor de la 'obra' es Hua Chi, de 70 años, quien ha declarado que ha rezado siempre en la misma posición durante décadas de años. Esto explica que la marca de los pies se hayan quedado 'talladas' en suelo de madera. Como he comentado el otro día, en el sufismo se describe la "himma" como el poder concentrado de la energía espiritual o carisma del "Hombre Perfecto", merced a la "himma", camina sobre las aguas sin hundirse y, en cambio, se hunde al andar sobre la roca. Pues bién, este monje demuestra que si no se tiene ese carisma se puede consiguir lo mismo por la tenacidad.



 http://youtu.be/UBN8pBdsxXQ

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El encuentro de los ojos

      En algunos retratos los ojos del sujeto parecen estar mirando directamente el espectador, ya sea que esté frente a la pintura o que se mueva a la derecha o a la izquierda de ella. Por ejemplo, hay muchas representaciones de Cristo en las que su mirada parece dominar al espectador dondequiera que esté y seguirle insistentemente cuando se mueve. Nicolás de Cusa había visto tales representaciones en Nuremberg, Coblenza, y Bruselas; un buen ejemplo es la Cabeza de Cristo de Quentin Matsys, en Antwerp, que adjunto.



       Sobre el intercambio de miradas aparece una referencia en Las mil y una noches (Historia del Príncipe Ahmed y el hada Peri-Banu, se dice que, en un templo en Besnagar, había «una imagen de oro del tamaño y la estatura como de un hombre de maravillosa belleza; y su hechura era tan sabia que el rostro parecía fijar sus ojos, dos inmensos rubíes de enorme valor, en todos los que lo miraban no importa donde estuvieran».
Nicolás de Cusa hace referencia a iconos de este tipo, y en el De visiones Dei o De Icona, del envío de una pintura tal al Abad y a los Hermanos de Tegernsee. Hace de las características del icono, como se describe arriba, el punto de partida de una Contemplatio in Caligine, o la Visión de Dios in tenebris, más allá del «muro de la coincidencia de los contrarios». «El muro del Paraíso donde tú moras», dice, «está compuesto de la coincidencia de los contrarios, y permanece impenetrable para el que no ha vencido al más alto Espíritu de Razón que guarda la puerta»
Dice de tales pinturas: “Colocadla en cualquier parte, digamos en el muro norte de vuestro oratorio; permaneced ante ella en un semicírculo, no demasiado cerca, y miradla. Parecerá a cada uno de vosotros, cualquiera que sea la posición desde donde mira, que es como si él, y sólo él, estuviera siendo mirado…”



     La descripción del icono de Cristo por Nicolás de Cusa tiene un sorprendente paralelo en el Dhammapada Atthakath cuando el Buddha está predicando, por muy grande que sea la audiencia, y ya sea que estén delante o detrás de él, a cada uno le parece que «“El Maestro me está mirando a mí sólo; él está predicando la Norma para mí sólo”. Pues el Maestro parece estar mirando a cada individuo y estar conversando con cada uno… Un Buddha parece estar frente a cada individuo, no importa donde el individuo pueda estar».


Copia que he realizado del original de Quentin Matsys.


miércoles, 4 de abril de 2012

Artesanía Lakota


El hecho de que el indio de las praderas  se perpetúe en los juegos de los niños casi en el mundo entero, y a veces en los juegos de los adultos, del que yo participo, no puede ser una casualidad sin significado; indica un mensaje cultural de una poderosa originalidad, un mensaje que no puede morir y que sobre­vive, o, mejor dicho, irradia, como puede.


Adjunto unas fotos de bolsas y pipa que fabricado muy gustosamente.
Un elemento muy característico del vestido y los objetos rituales indios son los flecos; éstos hacen pensar ante todo en la lluvia, lo que ya es una imagen muy impor­tante, puesto que la lluvia es un mensaje del cielo a la tierra. Pero los flecos simbolizan igualmente el fluido espiritual de la persona humana; su orenda, como dirían los iroqueses. Esta observación es aún más plausible cuando se piensa que, en lugar de los flecos, las camisas indias a menudo están adornadas con crin de caballo. Se considera que los cabellos vehiculan una fuerza mágica, un orenda, precisamente. Podemos decir igualmente que los flecos, además de su función de camuflaje, derivan de las plumas de un ave, el águila ante todo: unos brazos adornados con flecos equivalen «mágica­mente» y espiritualmente a las alas del águila. A veces se añaden unos armiños a los flecos, que les confieren un simbolismo casi regio, ya que el armiño se considera en todas partes un signo de majestad.


Los objetos más diversos pueden estar adornados con bordados y flecos; uno de los más importantes es la bolsa que contiene la «Pipa de la Paz» y el tabaco ritual, tabaco cuya función es sacrificarse ardiendo y subir hacia el Gran Espíritu. Esta bolsa fue traída a los indios, junto con el Calumet, por la «Mujer Bisonte Blanco» (Pte-San Win en lakota); y es ella -o más precisamente su arquetipo celestial, Wohpe- quien hace subir el humo y nuestras oraciones hacia el Cielo.


Bolsa de Pipa

Frithjof Schuon dijo, en un texto sobre la tradición lakota, que el hombre rojo, norteamericano, fue la víctima del sistema democrático y de su mecanismo ciego. La democracia es en la práctica la tiranía de la mayoría; la mayoría blanca, en América, no tenía ningún interés en la existencia de la minoría roja; por eso el ejército -que en ciertos casos habría tenido que defender los derechos de los indios, derechos solemnemen­te garantizados por tratados- defendía los intereses de los blancos en contra de esos acuerdos. Quien dice democracia dice demagogia; en semejante ambiente, una criminalidad popular «de hecho» se convierte en una crimina­lidad gubernamental «de derecho», al menos cuando la víctima se sitúa fuera de la colectividad incluida en determinada legalidad democrática. Sin duda, los pieles rojas no eran «ciudadanos», pero eran «compatriotas», por decir lo mínimo; en todo caso, había que precisar jurídicamente su estatuto sobre la base de esta definición. Un monarca -o, muy paradójicamente, un dictador militar- habría podido velar por la justicia interracial; un presidente demo­crático no podía hacerlo; incluso un hombre tan profundamente noble y moralmente valiente como Lincoln habría estado paralizado en este aspecto si le hubieran dejado tiempo de ocuparse de los indios como era su inten­ción.


Por otra parte, en Centro y Sudamérica regido inicialmente por un sistema monárquico no se produjo esa «fatalidad de la historia» o sin eufemismos ese genocidio organizado. De alguna manera se puede pensar que el indio, en la medida en que encarna la naturaleza virgen, el sentido de lo sagrado y el desprecio del dinero, lo habían matado antes en Europa, en los espíritus, inde­pendientemente de la conquista.